Ana María Battistozzi, Revista Ñ, Clarín, Nº 368, Buenos Aires, Sábado 16 de octubre de 2010
Sobre la exposición Del piso al techo, una antología del dibujo contemporáneo, Galería Chez Vautier, Curadores Eduardo Stupía y Alejandro Vautier, Buenos Aires, Argentina. Del 22 al 27 de octubre de 2010.
La rica diversidad de estilos, conceptos y poéticas que refleja el dibujo hoy en la Argentina está expuesta en Chez Vautier, en una muestra a la que fueron convocados ochenta artistas. Un género cuyas fronteras son cada día más difusas.
Del piso al techo. Como en los tiempos en que la obsesión enciclopedista depositaba en el muro su afán de abarcarlo todo y el impulso democratizador de los salones reafirmó con entusiasmo similar: escenas mitológicas, religiosas, retratos, paisajes, rincones burgueses o héroes de a caballo. Todo junto, en promiscua y amistosa convivencia, así eran las presentaciones de pinturas, dibujos y grabados hasta comienzos del siglo XX, cuando a alguien se le ocurrió que era mejor poner un cuadro al lado del otro a la altura del ojo del espectador.
Bastante de aquello evoca la muestra dedicada a la línea que Alejandro Vautier y Eduardo Stupía concibieron para Chez Vautier, la galería que dirige el primero y que muchos conocen por sus exitosas apariciones en el Barrio Joven de arteBA. Aunque no tantos por la original secuencia de muestras que organiza en el loft que tiene en Parque Patricios con vistas a unos de los paisajes de mayor carácter que aún conserva la ciudad.
Aquí, tal como surge de la tarjeta de invitación, se hace presente la vocación abarcadora de aquel orden fundacional del sistema de exhibición. Pero sobre todo el clima de murmullo social que anidaba en aquellos primeros encuentros públicos en los que el arte, hasta entonces reservado a círculos áulicos, despertaba inmensa curiosidad. En cierto modo, la muestra es al mismo tiempo un homenaje y un modo de actualizar la curiosidad de tiempos pretéritos.
Quien se haga eco de ella encontrará aquí algo así como la flor y nata de los artistas –jóvenes y no tanto– que en los últimos tiempos han ampliado la noción de dibujo con impulso renovador. Desde la notación minuciosa de un real surreal que practica la jovencísima Mariana Sissia, hasta los recortes de papel que penden del piso al techo de Manuel Ameztoy y las geometrías abstractas sobre textos a máquina de Magdalena Jitrik; desde las tintas atmosféricas de Juan Astica hasta las exuberantes naturalias de Mónica Millán y la naturaleza gráfica de Elena Nieves o Bárbara Kaplan. El desarrollo de la línea asume distintos rumbos en el espacio, ya convertida en objeto en las obras de Mariano del Verme, en los recortes de metal de Fabiana Imola, en los papeles encrespados de Cinthya Kampelmacher. Pero nada podría dar cuenta de esta libertad que se permite el dibujo que el extenso plano de papel que Matías Ercole se desenrolla y echa a correr por un largo tramo del espacio de exhibición.
Para Marcolina Dipierro la línea se involucra en sutiles exploraciones de la superficie y el color. Para Florencia Walfisch es lo que surge puntada tras puntada. Está en las referencias oníricas de Gaby Messutti, plasmadas en secuencias narrativas, en los patrones gráficos de Pablo Guiot y en las reverberancias de una gramática de signos de Valeria Traversa o en las orografías de Cristina Sardoy. Entre los ochenta artistas que han sido convocados vemos entreverarse las sutiles incursiones en color de Ignacio de Lucca, Fernando Brizuela, Paula Senderowicz y Ana Perisse. ¿Es esto dibujo o pintura? Una frontera que Delfina Bourse explora introduciendo leves texturas en campos de color. Luego está el ambiguo orden serial de Liliana Fleurquin que puede convivir con la melancolía de los paisajes suburbana de Juan Andrés Videla. Todo contribuye a dar cuenta de la diversidad de estilos, conceptos y poéticas que refleja el dibujo hoy en nuestro medio.
La muestra ha querido ser deliberadamente exhaustiva, afirman Stupía y Vautier, “no sólo porque así parecen exigirlo tan multiformes manifestaciones”, sino también “por la constatación de que los límites del dibujo se tornan, cada día, más saludablemente difusos”. Así también la masividad de la convocatoria es, a juicio del galerista y del artista invitado como curador, la mejor garantía de que tanto el público como los artistas puedan transitar por nuevas experiencias y revelaciones a partir de un fuerte contrapunto de lenguajes.
Justamente, uno de los mayores méritos del conjunto es el haberse constituido como tal en ese contrapunto buscado, por el cual la extrema simplicidad de la línea de un artista se realza en la compleja superposición constructiva que define la imagen de su vecino.
Tal el caso de la armoniosa vecindad que generan Pablo Guiot, Simone Erwele y Julián Terán. Luego, las manchas cobran un sentido diverso según sea el vecino de al lado.
El régimen de convivencias vincula también lo que pasa en el interior con el afuera. Por caso, los pájaros que dibujó Sofia Wiñazki sobre los vidrios de la ventana no sólo reclaman la mirada del espectador en su vibrante desplazamiento de color sino que orientan la mirada hacia las terrazas del vecino donde cuelgan las líneas de ropa secándose al sol. El encuentro provocado entre ese ámbito y este no podría ser más poético. Algo parecido ocurre con la cortina de calados de papel de Manuel Ameztoy que, del piso al techo, abarca la ventana que da al parque y cuyos efectos se modifican con los cambios de luz en el tránsito del día hacia la noche.
Un saludable principio solidario sobrevuela el conjunto. Allí donde un trabajo flaquea sale otro a rescatarlo. Por su valor simbólico es éste quizá el mayor encanto de este emprendimiento curatorial.