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DISIDENCIAS SIN ESTRIDENCIA

Daniel Molina, Perfil, Buenos Aires, Domingo 16 de enero de 2011

Sobre exposición Abstracción Contaminada, Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires, 2010-11

DISIDENCIAS SIN ESTRIDENCIA

El arte es un invento reciente. A pesar de que hace milenios que se dibuja, se pinta y se esculpe, es moderna la idea de que el arte es una producción de sentido. Comenzó a desarrollarse durante el Renacimiento por un malentendido (¡todas las grandes ideas suelen nacer de malentendidos!) en la lectura de los textos de la Antigüedad. El arte, tal como lo conocemos, surge pleno en el cruce de la Revolución Industrial con la Francesa. Es una idea revolucionaria. Una vez que el arte surgió, los artistas comenzaron sus guerras internas. Una de las grandes batallas del pasado fue la disputa entre figurativos y abstractos. Parece algo que sucedió en el paleolítico, pero todavía se la disputaba hacia fines de los 50, justo en el momento en el que la pintura –que había sido la médula del arte- comenzaba a morir. Medio siglo más tarde, Liliana Fleurquin, Alberto Méndez, Elena Nieves y Jorge Sarsale (sin ánimo de disputa o afán proselitista) presentan una serie de obras en las que se conjugan diversas posibilidades en las que confluyen la figuración con la abstracción.

 Gracias a que la pintura murió, ahora se pinta de otra manera. La pintura actual está contaminada de otras técnicas, de otras prácticas y sobre todo, de otros procesos mentales. Las obras que exhiben en conjunto Fleurquin, Méndez, Nieves y Sarsale tienen pocos rasgos en común: esa mezcla de abstracción con figuración y el uso del blanco y negro. Nada más. No hay aquí un grupo ni un manifiesto. Lo que se ve es una afinidad sutil, basada en disidencias sin estridencia.

 Fleurquin presenta grandes telas en las que se intuye una relectura del paisajismo chino del siglo XVI. La misma pasión por el detalle en primer plano. Sin embargo, es un paisajismo deconstruído: sobre el plano de la tela se recortan distintas zonas, como si se intentara dar cuenta de otros puntos de vista. La obra incluye los bocetos que la hicieron posible, pero esos bocetos no fueron realizados “antes” -en el proceso de pensar el cuadro-, sino a posteriori: como resumen posible de lo inacabado.

Las tintas de Méndez tienen toda la potencia del pop, pero llevada a un mundo en el que el espesor objetivo de lo cotidiano se ha transmutado en símbolo estentóreo de un ensueño. Méndez no muestra, sugiere, pero lo hace de una manera perversa, dionisíaca: por abundancia. En su obra hay una insistencia en la exhuberancia. Traza mapas del deseo; no cartografías del placer.

 Los paisajes despojados de Nieves parecen surgir de un dibujo arquitectónico. Sus árboles seriados, sus follajes inacabados simulan las huellas de lo que insiste en manifestarse pero no termina de hacerse visible. Sus bosques son breves poemas visuales en los que la palabra no se pronuncia nunca.

 Sarsale, quien mostró hace un mes sus exquisitas grafías en el Centro Borges, presenta aquí collages sobre telas. Con letras y frases que no dicen nada (pero sugieren, como esos recortes de avisos fúnebres mutilados) construye la estructura del sentido: ya no importa lo que se dice, sino la forma en que se lo percibe. No hay sentido en la imagen ni en la frase, sino en cómo se presentan ante mi mirada desconcertada. Ya no miramos televisión, sino que la “leemos” en los mensajes que la comentan en Twitter. El sentido contemporáneo no está en lo que veo o leo, sino en la circulación vertiginosa, en la insistencia que me encandila. Sarsale produce sentido porque acumula sinsentido.

La contaminación es impura, como recuerda en el catálogo Eduardo Stupía. En la búsqueda, en ese viaje hacia lo que quiero descubrir (pero no sé qué es), se debe pasar inevitablemente por la impureza: lo que me contamina. Hay que pasar por aquello que nos atormenta como una pesadilla y nos seduce como el amor. Fleurquin, Méndez, Nieve y Sarsale dibujan distintos mapas para guiarnos